Xalapa, 11DIC24.- Los educadores no son autómatas, por el contrario, en su actuar hay un cimiento en las nociones de amor y esperanza, por ello se vuelve necesario reflexionar sobre estos conceptos dentro de la práctica pedagógica y como personas, afirmó Elvia Garduño Teliz, profesora e investigadora de la Universidad Autónoma de Guerrero.
La catedrática fue la facilitadora de la tercera sesión del Primer Seminario Diálogos de Pedagogía para la Investigación, organizado por la Facultad de Pedagogía de la Universidad Veracruzana (UV) y que llevó como título “El amor y la esperanza: acciones psicotecnopedagógicas para la investigación educativa”.
En la sesión, que fue conducida como un taller con estudiantes y docentes de la entidad mencionada, Garduño Teliz destacó la importancia de considerar a las emociones como parte del proceso de reflexión e incluso de origen de las propuestas de investigación en el campo.
Recordó a las y los asistentes que tanto el concepto de amor como el de esperanza pueden aplicarse a sus intereses de investigación; el primero retomado del biólogo y filósofo chileno Humberto Maturana, quien planteó que dentro de la biología humana está implícita la idea del amor como la capacidad de mostrarse uno mismo con autenticidad y permitir que los otros hagan lo mismo.
Pero el amor, para compartirse, interactúa con el lenguaje, la inteligencia y la convivencia; elementos fundamentales para Maturana ya que “la forma en cómo convivimos dependerá de cómo entendemos y nos comprometemos con nuestras realidades”, puntualizó.
Respecto al concepto de esperanza, retomó la definición de la ONU, que plantea como dos de sus elementos al optimismo y al realismo: “Si la esperanza es optimista pero no realista, es ilusión, y si es realista pero no optimista, tampoco es esperanza”.
En el mismo sentido, el pedagogo Paulo Freire plantea que es una “necesidad ontológica”, no solamente un sentimiento; también debe ser crítica de su realidad y estar anclada a la práctica pedagógica.
La académica destacó que ambos conceptos deben unirse porque “la esperanza compartida es la que nos permite llegar a hacer algo, es crucial que mantenga su coherencia ya que esto fortalece la lucha colectiva”, como lo planteó Freire.
Por otro lado, advirtió la importancia de comprender y saber manejar las emociones como parte de la formación profesional de quienes se dedicarán al campo de la educación; esto, al ser reconocidas como una de las profesiones con altos niveles de estrés.
En ese aspecto, mencionó el concepto de emocionalidad como la capacidad de integrar las emociones en los procesos de investigación, al incentivar la reflexión sobre las motivaciones y objetivos de las y los pedagogos, quienes pueden basar sus intereses en el amor, por ejemplo, favorecer a las personas en condición de discapacidad para facilitar su inclusión.
También facilita encauzar la pasión y el interés en cuestiones relacionadas con las personas a las que comparten sus conocimientos; en este sentido, “la emocionalidad implica que, para que nosotros podamos promover al amor como la expansión de la conducta inteligente en la relación con el otro, yo reconozca también mis emociones y las pueda gestionar”.